viernes, 31 de octubre de 2008

Ella tambien

(se cansó de este sol, viene a mojarse los pies a la luna - Luis Alberto Spinetta)

Esa noche ella sabía que algo iba a ocurrir. Se duchó y se vistió de forma más elegante que de costumbre. Se maquilló y se perfumó. Salió de su casa sin rumbo fijo, pero sabiendo que en cualquier momento lo encontraría... Se sentía alegre, pero confundida. Sus ojos ardían, su cara anestesiada, su nariz sufrida. Luego de bajar las escaleras de la entrada palmeó su abrigo de piel y notó que había olvidado sus cigarrillos junto con su billetera. Rió sola y dio media vuelta para entrar al lugar del que acababa de salir, topándose con un hombre misterioso, vestido de traje, sobretodo y sombrero, tal cual los detectives de la época; misterioso por su figura y su sigilo, ya que en ningún momento se había dado cuenta que venía alguien atrás de ella; misterioso por sus acciones y sus rarezas, ya que chocaron y él vulgarmente olió su cuello durante varios segundos provocando intimidar a la muchacha y haciéndola sentir desnuda por completo, casi violada.
Ella se asustó, dijo -“Disculpe usted, señor” y bajó la cabeza como un cachorro esperando el golpe de su amo por una mala acción. Lo esquivó e intentó abrir la puerta, pero las manos le temblaron, y las frías llaves cayeron al suelo. Dudó, cerró el puño pensando “¡qué torpe!” Debido a su vergüenza y a la intimidación que provocaba aquel hombre, se paralizó, y él se agachó, recogió las llaves, se volvió hacia ella y le dijo “Aquí tiene señorita, nos vemos luego” y sonrió irónicamente.
Sin prestarle atención entró al edificio y subió las escaleras hasta llegar a su departamento. Apresurada, giró el picaporte y entró, recogió sus cosas y salió nuevamente murmurando lo torpe que era y riéndose como enferma. Se sentía muy sensible a todo, por dentro y fuera, y ella lo amaba, amaba ese efecto.
Salió, prendió un cigarrillo slim y caminó hacia la nada recordando el desafortunado evento que la tenía tan confundida. Recordó aquella noche excesiva en lujuria y alcohol, aquellas imágenes borrosas, aquel hombre. ¿Cómo ojos tan hermosos podían mostrar esa mirada tan fría? Lo conocía muy bien, pero no recordaba quién era, de hecho no recordaba cómo era. Solo sus ojos, y su piel tan blanca como la fría nieve, sentado todo el tiempo cerca de ella, en el cabaret, señalándola en su actuación como si fuera la muerte que la venía a buscar, dejándola sin aliento, y provocando que pierda el conocimiento. Si tan solo recordara su rostro entero... pensaba derramando lágrimas de nostalgia.
A toda costa quería evitar el cabaret, sentía pánico de pasar por ese lugar luego de aquella ocasión. Ni siquiera había ido a trabajar. Era tan cobarde... Luego se dio cuenta de que algo andaba mal. La puerta de su casa estaba abierta, o ¿había olvidado cerrarla anteriormente?. Atemorizada corrió en dirección a ella para verificar si su más grande temor era cierto, pero antes de llegar a la misma escuchó un fuerte sonido que le erizó la piel. Una respiración tan cálida como la que solo él tenía, junto a unos pasos ruidosos exactamente atrás de ella. Tan cerca que podía sentir su aliento y su calor corporal. Se agitó. Su corazón latía tan rápido que solo escuchaba eso, solo ese compás feroz. Sus oídos murieron, su nariz no olía, su lengua no sentía. Era solo el agresivo “pum-pum” de su pecho. Gritó, y sin dudarlo comenzó a correr como nunca en su vida, pero con tanto nerviosismo sumado a la torpeza de su estado, tropezó al tercer paso, y entre lágrimas suplicó por su vida tantas veces como su respiración se lo permitía. Se dio vuelta y abrió los ojos. Nada. La triste nada en frente de ella. La calle entera estaba vacía. Se quedó ahí tirada como un cadáver. Fría, despeinada, llena de preguntas sin respuestas. Su mente no paraba de balbucear respuestas lógicas, afirmando que no estaba loca. Llegó a un punto en que ella no tenía decisión sobre lo que pensaba, eran tan solo palabras de consuelo que ni ella creía. Y entre todo ese barullo escuchó -“No busques más querida, estoy tan dentro tuyo como lo está tu sangre”.
Se levantó del suelo, entre torpes pasos trató de buscar el camino que la dirigiría hacia su casa, para intentar calmarse y sentirse segura hasta que pasara el terremoto dentro de su cabeza, ya habiendo olvidado el suceso de las llaves y la puerta. Erguida caminaba como si no hubiera pasado nada, ocultando en su rostro la confusión. Así y todo, la gente la miraba como si estuviese viendo al diablo, con odio.
Llegó a la problemática puerta, entró y la única persona que estaba adentro era el raro señor del sombrero, quien preocupado por ella, se acercó a saludarla amablemente y preguntó qué le sucedía. Sin pensarlo lo miró con terror y lo empujó con tanta fuerza que logró que cayera al suelo a una distancia de varios metros de ella, y luego, corrió por las escaleras hasta su departamento, entró rápidamente y se aseguró de cerrar muy bien la puerta mientras cargaba una sonrisa. Se desvistió y caminó hacia la cama, para luego recostarse y relajarse. Pero ahí estaba, junto a ella, su único amor, el hombre del cabaret, el que la perseguía y murmuraba que estaba dentro como la sangre, el más anhelado... y su nombre, su nombre era cocaína.


• Lolita •

Autor: Iván Darío Poletti
Curso: 3º División: 2ª

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